América Latina en el periodismo martiano III


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América Latina en el periodismo martiano II

América Latina en el periodismo martiano I

III

El empeño martiano de acercar su prédica emancipadora a la comprensión mutua de pueblos americanos que tienen sus propios intereses y conveniencias, transversalizó diversos temas. La necesidad de desarrollo económico, junto a una organización social y política más justa que estimulara ese progreso, resultaba imprescindible para la complementariedad comercial de países vecinos. Lograr la unidad del continente con apremios económicos y comerciales comunes, y base cultural semejante, a pesar de sus diferencias, fue y es un reto pendiente. Los políticos de nuestras repúblicas han puesto más énfasis en lo que divide o separa a sus pueblos que en los factores de unión y articulación. El desconocimiento de las potencialidades comerciales de cada país y el no identificar la posible complementación en una economía sólida unida y con capacidad competitiva, forman parte de los obstáculos, que habrán de superar pueblos diferentes e híbridos, compuestos por víctimas del saqueo colonial europeo, hijos de esclavos africanos, criollos mestizos, descendientes de terratenientes y comerciantes, e inmigrantes de casi todas las culturas del mundo. 

Martí comentó un libro de José Milla, El Popol Vuh de los quichés, una rareza en su tiempo, y entendió con respeto que se trataba de “un primer ensayo de formación del hombre” con algunos símbolos como la “serpiente cubierta de plumas” y la narración del “cataclismo que ocasionó la destrucción de aquella primitiva raza humana”, y lo comparó con la Biblia de los hebreos, que recogía, igualmente, leyendas y fantasía. Acerca de Guatemala ─que conocía bien porque la vio “metiéndose por la maleza”─, escribió artículos sobre producciones de plátanos, quesos y árboles de quina, una planta medicinal que entonces se compraba en la India, poseía un gran valor como agente contra la fiebre y se usaba para combatir la malaria, además de la preparación de la quinina, de propiedades antipiréticas, antipalúdicas y analgésicas.

En Guatemala intentó dar a la luz una “Revista Guatemalteca” que solo quedó como proyecto, y publicó, en México, el ensayo Guatemala. Siempre fue su afán, dondequiera que pasara un tiempo, fundar una revista que distinguiera al país promocionara su cultura, pensada como amplísimo campo que incluía la historia, la religión, el comercio, la economía… En el país centroamericano tuvo relaciones de amistad con Valero Pujol, director del periódico El Progreso, a quien escribió una carta de singular lucidez: “La manera de celebrar la independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla. […]. Cuando una sociedad vive entre dos extremos, el uno audaz─que adelanta, y el otro tenaz─que no camina, no se puede ser oportuno para todos. […]. Mi irrita que no se ande pronto. Temo que no se quiera llegar” (José Martí. Obras completas, cit., t. 7, pp. 110 y 111).

En un período en Venezuela conoció y escribió sobre posibles mercancías de muy escasa divulgación que podían cubrir una buena parte de la Farmacia y la Química de la industria, como el extracto de zarzaparrilla, la crema de eucalipto y las buenas preparaciones botánicas en las que tenía fe, pues además de ser componentes primordiales de la sabia terapéutica china, los aborígenes americanos las usaban habitualmente. Estaba convencido, asimismo, de que Venezuela podía desarrollar una excelente industria del calzado a nivel internacional, pues lo corroboraba la medalla de bronce obtenida recientemente en la Exposición de Filadelfia, y sabía, además, de las posibilidades de la gran industria jabonera, con el jabón de lavar de Meneses: era cuestión de unir productores y comerciantes de los territorios más convenientes. En su reseña del Manual del veguero venezolano, de Lino López Méndez, lo destaca como texto necesario para aprender las necesidades y las experiencias en el tabaco, con el uso del estiércol de las bestias y los palos secos de las mismas plantas que sirven de abono para la siguiente cosecha, práctica que ya se realizaba en Cuba.

De Honduras distinguía su Escuela de Artes y Oficios, en un empeño por divulgar la educación popular; por tal razón, flagelaba al “necio veredicto de Republiquilla con que las gentes de poca piedad y conocimiento ofenden, acá y desde otras partes, a nuestros países” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 21), en carta al director del periódico hondureño La República, que le sirvió de presentación para una colaboración asidua en este diario. Después, en Patria, escribiría sobre ese país: “La grandeza de los pueblos no está en su tamaño, ni en las formas múltiples de la comodidad material, que en todos los pueblos aparecen según la necesidad de ellas, y se acumulan en las naciones prósperas, más que por genio especial de raza alguna, por el cebo de la ganancia que hay en satisfacerlas. El pueblo más grande no es aquel en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos, y mujeres venales y egoístas” (Ibidem, p. 35).

Su fascinación por los pueblos que pudieron defender su cultura nunca cedió; refiriéndose al Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá ─fundado en 1791 por el bayamés Manuel de Socorro Rodríguez─, diría: “Este periódico, que tenía 4 fojas en octavo, apareció semanalmente, y con regularidad, hasta el No. 270 (Febrero de 1797) mientras le duró el impulso que le había dado el Sr. Ezpeleta, su decidido protector” (José Martí. Obras completas, cit., t. 21, p. 289). En una curiosa nota breve sobre “el té de Bogotá”, lo calificaba como una de las más notables riquezas naturales de América, con una historia que se remontaba a 1789, cuando el arzobispo, virrey, señor y doctor Antonio Caballero y Góngora creía que el té era una invención bogotana, a pesar de su conocido origen asiático.

Se siente el contraste al reseñar dos libros colombianos: El joven Arturo, de Roberto Mc Douali, y La escuela, de Santiago Pérez; el primero, una narración para denigrar la educación de las mujeres jóvenes de Colombia asistentes a la escuela para maestros y maestras, criticado no solo por el tema, sino también por el lenguaje, mientras el segundo resulta un canto de réplica para premiar a las mejores inteligencias, sin reprimir o restringir, con envidia y alevosía, el aprendizaje en las escuelas normales, que recibían a muchas jóvenes pobres. La voz martiana clamaba justicia para hacer valer la inteligencia perseguida y condenar el menosprecio a la pobreza, y, volviendo sobre un tema que le resultaba muy afín, resumía: “La libertad, cuando fue en América epopeya, tuvo aquel ejército de jóvenes gloriosos que contaban a veces más victorias y proezas que cabellos en el bozo; luego, dejados nuestros países a sus elementos imperfectos y contradictorios, la libertad, llevada en mala hora necesaria por gentes de pasión y guerra, tuvo que batallar por convertirse de nominal en efectiva” (José Martí. Obras completas, cit., t. 7, p. 418).

Como cónsul en funciones de Uruguay en Nueva York, el independentista cubano estuvo al tanto de cada asunto de interés comercial o político para aquel país. En entrevista aparecida en la revista Export and Finance, el 31 de agosto de 1889 ─buena parte de esta traducida al español y publicada por el periódico El Avisador Hispanoamericano, de Enrique Trujillo, el 3 de septiembre del propio año─, señala: “La cuestión de reciprocidad será considerada escrupulosamente, sin duda alguna, en el congreso que se prepara; y yo opino que debiera basarse en las relaciones comerciales existentes y no en consideraciones políticas” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 80). El congreso a que se refiere es la ya mencionada Primera Conferencia Panamericana, escenario en que se perfilaban los instrumentos de dominación. La llamada “reciprocidad” fue un concepto engañoso utilizado para hacer creer que se podía ser recíproco y proclamar igualdad entre países descomunalmente desiguales.

De Argentina publicó en La América, que se vendía en Nueva York, y de Estados Unidos, en La Nación, de Buenos Aires. En La América se admiraba ante el crecimiento de la “adelantada y generosa” capital argentina. Subrayaba que la Patagonia ya tenía seis escuelas y destacaba la importancia de la naturaleza y del carácter de los patagones para el desarrollo económico y comercial, a propósito de una conferencia del doctor Carlos Spegazzini. Aplaudía que la exportación argentina hubiera excedido en más de dos millones de pesos a la importación, y además les hacía ver a los lectores yanquis que Buenos Aires tenía más escuelas que Nueva York en relación con la cantidad de habitantes. En el diario argentino enfatizaba lo que aparecía en las publicaciones estadounidenses: “nos estudian e historian a meras ojeadas, y con mal humor visible, como noble apurado que se ve en el aprieto de pedir un favor a quien no mira como igual suyo. […] no pasa el día sin que estos diarios ignorantes y desdeñosos nos traten de pueblecillos sin trascendencia, de naciones de sainete, de republicuelas sin ciencia ni alcance, de ‘pueblos de piernas pobres’” (José Martí. Obras completas, cit., t. 7, p. 330).

Comentaba en La Nación de Buenos Aires lo que decían los “artículos miopes” de los periódicos de Estados Unidos sobre los países de América Latina. No conocían al México de Hidalgo; no tenían idea de quién había sido San Martín, ni su colosal proeza de atravesar Los Andes con un ejército. No estaban al tanto de la cultura de los argentinos ni sabían que en su capital iban y venían trenes y vapores repletos de personas y que su pueblo guardaba respeto al extranjero, incluido el norteamericano, mientras que en Estados Unidos solo primaba para evaluar al forastero el valor de su opulencia: “‘¿De qué familia eres?’ dicen que preguntaban antes en Filadelfia al que quería hospedarse en la ciudad. ‘¿Qué sabes?’ preguntaban en Boston. ‘¿Cuánto tienes?’ preguntan en New York. Ahora New York ha embebido la nación entera, y en toda ella sólo se pregunta: ‘¿Cuánto tienes?’” (Ibídem, p. 335). Comenta también lo que se hablaba en la Cámara de Comercio sobre la lana de los argentinos, reconociendo que les daba vergüenza saber tan poco de aquel país. Negociaban con valores falsos que la especulación acumulaba sobre valores reales. Y escribió: “la República puede parar en los mismos desastres, odios y despotismos que las monarquías” (Ibídem, p. 341).

Informaciones sobre historia y sociedad, de América o Europa; literatura y biografías; vida de escritores y artistas, junto a comentarios de libros y piezas de arte; ciencia e innovación; sucesos políticos y económicos, técnicos y comerciales; problemas religiosos y eventos naturales; curiosidades, anuncios de nuevos productos, especulaciones, opiniones… sobre los cambios modernos que ocurrían de manera vertiginosa, fueron recogidos minuciosamente, como corresponsal en Nueva York del periódico La Opinión Nacional de Caracas. Al principio firmaba como M. de Z., y después, con su nombre. Noticias desde Estados Unidos con artículos variados sobre cultura y sociedad, así como escenas europeas sobre problemas políticos, con una sistematicidad y pluralidad asombrosa; había sido su promesa contraída y cumplida con Fausto Teodoro de Aldrey, director y propietario del periódico.

La «Sección Constante» en La Opinión Nacional comenzó el 4 de noviembre de 1881 y concluyó el 15 de junio del año siguiente. El compromiso periodístico estuvo bien claro: contribuir a la información, la cultura y la enseñanza de un público ávido que agradeció con sincero reconocimiento. Sistematizó prácticamente a una diaria las colaboraciones, escritas con la mejor prosa periodística de entonces, sin alardes ni pedanterías y con variedad atractiva y amena. Su conjunto es un apasionante retrato de los inicios de la modernidad en América, pues devela cómo iba quedando atrás la tradición después de confrontar la nueva época de carácter universal. Dotar al posible “aldeano vanidoso” de una visión cosmopolita para lograr en él una nueva sociabilidad, constituyó uno de los desvelos del Apóstol; se trataba de preparar a los criollos a enfrentar la modernidad.

 

 


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